La costumbre es que vamos al cine y vemos infinidad de películas
que previamente fueron un libro y se desata una gran polémica.
Recientemente
un amigo se sorprendió al saber que la película Orgullo Prejuicio y
Zombis no solo fue
previamente un libro, sino que el libro de Orgullo
Prejuicio y Zombis fue
previamente un libro llamado Orgullo
y Prejuicio ¡donde
curiosamente no deambulaba ningún zombi! Yo me sorprendí por otra cosa, pero no
me atreví a mostrárselo.
Los que vamos
al cine y vemos una obra que previamente habíamos leído, generalmente salimos
con un mal sabor de boca porque la película jamás logra incorporar en hora y
media todos esos momentos que nosotros leímos con tanto interés por casi una semana.
La lista de quejas es larga, sírvete marcar la que has dicho alguna vez:
a. Este personaje no sale en el libro.
b. Aquel personaje se muere (no se muere)
en el libro.
c. Éste otro no dijo esto en el libro.
d. El de allá no era así... en el libro.
e. Se saltaron el capítulo cuando el
personaje va a casa, al bosque, a la nave de...
f. Eso no pasa en el libro.
g. ¡No se parece para nada al libro!
h. etc.
Es difícil leer
y ver la película sin intentar hacer una comparación, supongo que la memoria
reacciona porque entabla esta batalla entre lo asimilado previamente y lo nuevo
que quiere usurpar el lugar de los viejos recuerdos. Es mucho más difícil
cuando lo leído generó una conexión afectiva y profunda. El arrebato de esos
recuerdos para ceder a un producto procesado, consumista que principalmente
apela al contexto cultural del país que creó la película es doloroso y algunas
veces nos genera hasta pena ajena. Pensemos en Baloo y Mowgli bailando jazz, o
en Harry y Hermione abrazados desnudos frente al pobre Ron. (queja f)
Poco a poco
pero aun con renuencia cedemos y buscamos una tregua entre la palabra y la
imagen, logrando que Igor con cara de Daniel Radcliffe le haga compañía a
Frankenstein en su construcción del Moderno Prometeo. Aunque todos los lectores
sabemos que... (queja a.).
Nos guste o no,
es totalmente válido hacer adaptaciones fílmicas de los libros y viceversa.
Recuerdo que cuando los derechos a Harry Potter fueron comprados para su
transición a la gran pantalla, hubo un gran revuelo de cartas escritas a la
autora pidiéndole no permitir tal atropello y no lacerar el imaginario de su
creación sobre una vil pantalla pública. Afortunadamente las películas
motivaron a toda una nueva generación a leer los libros y a pasarse después a
lecturas más complejas. Las obras de Roald Dahl han pasado por lo mismo e igual
los libros de Tolkien han encontrado nuevos lectores, incluyéndome a mí,
gracias a que vieron a Ian McKellen gritar You
shall not pass! Cosa que...
(queja c). Gabriel García Márquez dejó explícitas ordenes antes de morir de no
hacer una adaptación fílmica de Cien años de soledad (aquí la nota) y afortunadamente hasta
el momento la tregua sigue en pie. Supongo también porque la historia es un sorprendente enredo genealógico y (para hacerle justicia) sería una película con mínimo dos intermedios en la sala
para descansar las neuronas y sentaderas. O bien porque no se lograría la atmósfera
que el autor logró forjar con palabras y no logra ser lo esperado entre el
público. Recordemos a El coronel no tiene quien le escriba en donde aparece Selma Hayek y...
(queja a).
Recientemente decidí darle un giro a la
fórmula y empecé a leer la novelización de los 6 episodios de Star Wars. Decidí por igual no
ver la película del séptimo episodio y también optar por el formato en libro.
Sí, lo sé, no
es lo mismo, son otros códigos, otro tipo de lenguaje que igual apela a las
emociones y los sentidos pero de una manera más sutil y controlable. No
escucharé la música triunfal que acompaña el pergamino al inicio, ni el choque
eléctrico de los sables de luz en las batallas, ni la voz chillona
(afortunadamente) de Jar Jar Binks en el primer episodio. En mi libro por
ejemplo Jar Jar tiene la voz de Barry White, y Tatooine asemeja los inicios de
la calle Revolución en Tijuana y lo disfruto a mi tiempo y en mis espacios. No
es un acto de rebeldía, sino un acto de acuñación del imaginario colectivo con
el mío con el objetivo de vincular nuevos puntos de vista a viejas
historias. Y aparte que lo disfruto bastante y eso es lo que cuenta.
Recordemos
también que toda película, aun si no fue un libro publicado sí fue previamente
un texto en forma de guion fílmico muy semejante al texto dramático que el
actor, productor, director y afines leyeron para darle vida a los personajes,
el argumento y los espacios. Hace unos días salió la noticia de que el octavo
libro de Harry Potter (¡Caramba cuantas veces se ha colado este chico en mi
nota!) saldría el 31 de julio. Pero no es una novela la que saldrá, sino el
guion de una producción teatral. Aun así el mundo se ha emocionado y ya
quisiera ir a mitad del año para leerlo.
Tenemos la gran
fortuna de navegar en muchos mares de comprensión. Leemos con las manos, con
los ojos, con la nariz, con todo el cuerpo se genera un acto comunicativo y una
comprensión objetiva o subjetiva de lo expresado. Sea entonces película de un
libro o libro de una película u obra de teatro sacada de un cuento o poema, démonos
la oportunidad de apreciarlo por lo que es. ¡Qué importa si Elizabeth saca su catana
y le corta la cabeza a un zombi frente al señor Darcy! (Queja f) ¿Acaso no es
genial tener opciones y oportunidades de disfrutar o criticar con nuestros
amigos las absurdidades o genialidades de algo imaginario? ¡Es genial!
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