jueves, 4 de octubre de 2012

Lectura y libertad

Yo no recuerdo la matanza de Tlatelolco de 1968. Me faltaban 9 años para nacer y otros 20 para conocer el hecho y dudo que adquiera la edad suficiente para comprender y de forma objetiva juzgar las acciones de ese día.

A pesar de que el hecho se llevó a cabo a miles de kilómetros de distancia de mi ciudad, el acontecimiento ha quedado marcado en mi memoria a través de imágenes televisivas, narraciones vivenciales, la palabra escrita de Elena Poniatowska, las voces, los gritos y las pancartas de los antes compañeros de clase y ahora jóvenes alumnos de clase de la Universidad Autónoma de Baja California.

El 2 de octubre de 1968 no se olvida ni se olvidará gracias a la palabra de millones de voces jóvenes y de palabras viejas que se repiten y repiten y repiten año tras año frente a mis ojos, en mis oídos y en mi memoria.

La palabra es poderosa y la palabra ligada al recuerdo lo es aún más porque al pronunciarla trae el peso de generaciones pasadas y presentes que validan su presencia con su eco anual. Se expresa porque aun es necesario expresarla, aun existe la necesidad de exigir justicia, equidad y libertad.

Traía esas ideas en mi cabeza aquella tarde del martes 2 de octubre en los pasillos de la universidad y con esa noción inicié mi clase haciéndoles una pregunta a mis alumnos:

¿De qué manera se vincula la lectura con el acto de exigir justicia y reclamar derechos y garantías de calidad de vida?

La clase optativa de promoción de la lectura es nueva en la UABC, cumpliendo apenas 3 meses de vida en lo que se espera sean años de formación y desarrollo. Consta en este semestre de siete jóvenes (aunque la mayor parte del tiempo son 4) que pretenden por impulso propio desarrollar en sus propios espacios laborales, educativos y culturales, actividades que desarrollen el gusto lector en individuos de distintas edades lectoras. O al menos ese es el resultado que espero y que persigo como docente y promotora activa.

Hice la pregunta y guardé silencio en espera de que me iluminaran y aparte me confirmaran mi teoría. El silencio fue más largo de lo que esperaba y me preocupé de que mi pregunta no fuera clara. Defecto que sufro cuando me expreso de forma oral y que los que me conocen pueden confirmar amargamente.

La primera tímida respuesta fue que el uso de pancartas que expresan exigencia o repudio ante la injusticia es en sí un acto de lectura.

La segunda respuesta fue que el acto de marchar, de exigir y de exponer injusticias en público obliga de alguna manera a los que observan el acto a informarse a través de distintos medios (medios masivos de información supongo) las razones por las que se conmemora un acto o se marcha o se exige.

Las respuestas me hicieron inferir que los jóvenes, o al menos mis jóvenes alumnos, identificaron al acto de leer como un resultado a la exigencia de justicia y no, como yo pretendía, al acto de exigir justicia como el resultado de haber leído.

Tengo tiempo indagando en cuestiones de promoción de la lectura y me he topado con varias descripciones de la actividad. Unas tienen un toque didáctico, utilitario muy remarcado que no me apetece promover porque deja fuera el aspecto lúdico directo o indirecto de la lectura, pero hay otras descripciones en especial la descrita por Cristina Cañamares Torrijos y Pedro C. Cerrillo en su artículo "Algunas consideraciones sobre el concepto de animación lectora" que mantengo como mantra y pretendo transmitir a los demás, ellos dicen:

“El ejercicio habitual de la lectura aportará al individuo desarrollo personal, facilidad para comprender el mundo y sus transformaciones, instrumentos para la crítica y capacidad para comunicarse con los demás en diversos contextos”.

Ingenuamente tal vez pues apenas iniciamos el camino, esperaba escuchar algo parecido de mis jóvenes. Quería escuchar de ellos como una declaración más que de mí como una lección que lo que leemos con placer instantáneamente evoluciona al identificarnos con él en un elemento transformador ya sea de nuestra persona, nuestro entorno o de nuestra comunicación con otras personas y entornos.

Poco a poco surgieron palabras y frases sobre el pizarrón como: libertad de expresión, comunicación de ideas, saber dialogar con claridad, conocimiento es poder y todas esas cosas que ha aportado la lectura a muchos de los personajes celebres muchas veces rebeldes e idealistas de la Historia. Pienso ahora en Hidalgo, el Che, Gandhi, Vasconcelos y muchos otros cuyos impulsos y diálogos revolucionarios e ideológicos fueron nutridos gracias a obras literarias que ellos pretendieron revivir entre sus congéneres para mejorar sus vidas.

Me cuestiono tristemente por igual cuántos otros diálogos transformadores no llegaron a oídos, ojos y mentes deseosas y necesitadas por falta de la lectura correcta del individuo ideal para difundirla.

La lectura es poder para transformar, es el arma más noble creada por el hombre que a diferencia de todas la otras que solo destruyen, esta tiene la posibilidad de reconstruir, de reforzar y de crear.

Creo que la promoción de la lectura, al menos en mi rinconcito va por buen camino, el hecho de que exista tal espacio en una Facultad de Humanidades en una Universidad Nacional indica la importancia que se le dota como elemento transformador en la ciudad. Se prepara a jóvenes para que ellos salgan a su comunidad y transmitan lo aprendido.

Dado a que se pretende que sean los jóvenes que salgan a la comunidad a transformar también considero significativo remarcar en ellos la importancia del rol del promotor y las significancia de la selección de lecturas que comparten entre su comunidad. Ya que, a diferencia del dialogo religioso que profesan algunas personas que ofrecen lectura casa a casa, el promotor de lectura profesa toda lectura con equidad para que sea el mismo lector el que aprenda a escoger, juzgar, expresar y reproducir con libertad lo leído en su comunidad con el objetivo de mejorarla. ¿Acaso no era eso lo que buscaban los “rebeldes” jóvenes del 68 y los “rebeldes” jóvenes de hoy?

Y ahora esperemos otros 365 días para de nuevo rendir homenaje a aquellos estudiantes en Tlatelolco que se dejaron guiar por sus ideales, por sus exigencias de justicia, por sus pesadas palabras. Volvamos a hacer la pregunta en un año y conmemoremos la pregunta cada año hasta que adquiera peso y hasta que no sea necesario preguntarla más.

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