lunes, 15 de noviembre de 2010

La Literatura infantil…. ése raro “pájaro del alma”….

Participación de Vianka R. Santana en el
VIII Festival de literatura del Noroeste
Centro Cultural Tijuana
Sábado 13, 2010.

Crecí entre cuentos. Por alguna razón que ignoro y no tengo interés en desentrañar, yo pasaba los domingos con mi padre mientras el resto de la familia lo pasaba en casa de la abuela, viajé con él muchas veces, de muchas formas, y todavía de adulto caminé de su mano. Es por eso que viví innumerables tardes escuchando relatos de Rulfo, de Bruno Traven, de Don Artemio de Valle Arizpe y del siempre hilarante Jardiel Poncela. Crecí con los relatos de Andersen, de los hermanos Green, las fábulas de Lafontaine, de Esopo, las leyendas medievales y los mitos griegos. Ensoñé centenares de veces a ojos cerrados con los discos de cuentos de 33 revoluciones, mientras me imaginaba que yo era la princesa que tejía capas de zarzas para arrojar al vuelo a los once cisnes y convertirlos en príncipes. Mientras me imaginaba que yo era Guinivere y me robaba para siempre el amor del Rey Arturo.

En mi casa había una biblioteca “el cuarto de los libros” donde centenares de volúmenes y colecciones le daban a aquel espacio un carácter único, era el por definición el recinto del juego, de la vitalidad, la imaginación y sobre todo… de la dicha. Yo me paraba de puntillas sobre el escritorio para alcanzar la colección de novelas gráficas, para deshojar una y otra vez el libro de Twain, de Daniel Defoe, de Julio Verne, de Saint Exupery y desde luego, abrazarme antes de dormir a “los viajes de Gulliver”.

Si repaso detenidamente mi infancia, los mejores momentos sucedieron alrededor de los libros. Mi madre tenía la capacidad de abstraerse del mundo cuando tenía un libro de Agatha Cristhie en las manos, entonces unos se podía estar revolcado a su lado, hacer el ruido más infernal, columpiarse en las cortinas, todo, menos desconcentrarla.

Y en repetidas ocasiones mi padre me hacía mirar el lomo de todos los volúmenes y me decía: “esta es tu herencia”.Y yo miraba con ojos de niña aquel extenso territorio de letras impresas, y me sentía tan afortunada como si me estuvieran legando la posibilidad de vivir en un eterno parque de diversiones.

Sin embargo, hubo un día que lo cambió todo, yo le llamo el día del asombro, cuando por primera vez me enfrenté a un texto que no era de corte fantástico o literatura infantil. Ese día no sólo quedé maravillada, sino asombrada de que una historia pudiera terminar de ésa manera. Había leído a los 11 años El “Coronel no tiene quién le escriba” y al cerrar el libro la palabra “mierda” reverberó incesantemente en mi cabeza detonando toda suerte de confusiones. Sí, ése día descubrí los otros libros, los que no terminaban en “vivieron felices para siempre”, ni en “colorín colorado este cuento se ha acabado”. Ese día me quedé tan perpleja, que no encontré mejor forma de salir del asombro, que abrir de nuevo el libro para volverlo a leer en ése mismo momento. Y desde entonces… amé a Márquez.

Fue a partir de aquel día que poco a poco los libros de fábulas fueron cediéndole espacio a los cuentos de Arreola, de Inés Arredondo, de Azuela, de Paz, de Elena Garro. Llegaron después los textos breves de Luisa Josefina Hernández y por una rendija teatral me filtré en otra comarca: en la dramaturgia. Así aparecieron Brech, Novo, Sartre, Bequett, Sófocles, Calderón de la Barca, Moliere y muchos, muchos otros, pero cuando descubrí a Shakespeare… mi vida dio un nuevo y vibrante giro.
Es decir, que hurgando en los territorios blanco y negro de la palabra impresa, fui entrando al mundo, pisando suavemente su geografía, desentrañando la memoria de las cosas y los espacios –que de otra forma ni remotamente hubiera conocido-.

Por las ventanas de la literatura me asomé a Sabines, Benedetti, León Felipe y Miguel Hernández, pero cuando descubrí a Pessoa mi timón nuevamente cambió de rumbo, como cuando me encontré a Cortázar.

Fue así que mis sueños y mi monólogo interior –ésas cosas que me digo y esos paisajes en que aun juego cuando estoy sola- se fueron poblando todos aquellos personajes que ahora también eran míos. Personajes a los que uno puede abrazarse en la soledad –o dejarse abrazar por ellos- porque finalmente nos habitan y transitan por algún callejón del alma.

En mi casa, en Mi casa anda con paso quedo Rebeca arrastrando el costal de huesos de su padre, deambula junto al tendedero (sobre todo cuando lavo las sábanas) Remedios la Bella, Avellaneda se pasea por mi studio, y a veces siento que hay tanta gente dentro, que de ninguna manera pudiera decir: me siento sola.

Es por toda esta suerte de recuerdos, sensaciones y pequeñas dichas, que cada día estoy más convencida de la importancia que tiene la literatura infantil en el destino de los hombres y las mujeres. Sobre todo en estos tiempos de tanta polución informática y de tanto desdén hacia los espacios vitales de la ciudad (me refiere a los espacios del arte y la cultura).

La literatura Infantil hoy en día debe apostar no por el divertimento (como la mal entendida interpretación del fomento a la lectura, que confunde espectáculo circense con promoción del libro).
No, definitivamente la función de la literatura infantil y del fomento a la lectura no es hacer reír a los niños, ni mucho menos hacerlos aplaudir.
No, que no se confunda el oficio de bufón o de payaso con el quehacer literario. Que no se piense que es un arte menor, o una disciplina a la que todo mundo puede acceder teniendo lápiz y papel en mano y un poco de ocio.

Escribir para los niños implica un compromiso verdadero, porque los primeros libros que se leen en la vida nos marcan definitivamente, esto es: nos alejan o nos casan con la literatura irremediablemente.

Que no se piense que escribir para niños tiene que ser un ejercicio de reducción del lenguaje.

Que no se piense por ningún motivo que los niños son idiotas y que por ello tenemos que atascarles la página de adjetivos, diminutivos y rimitas forzadas.

Que no se piense que los niños no entienden nada de lo que pasa alrededor, que no escuchan a distancia siempre y graban en su mente todas las palabras y registran todos y cada uno de los acontecimientos.

Que no se piense que con 20 o 30 minutos en un festival, ya se cubrió la cuota de Literatura Infantil, pues todavía hay mucho que decir y abonar al tema.

Hoy más que nunca se requieren convocatorias exclusivas para literatura infantil, pues en la revuelta de las novelas infantiles con los textos para adultos, las primeras suelen ser descartadas a priori (en la mayoría de los casos).

Tal pareciera que para ser un escritor serio hay que llevar el rostro deslucido, inventarse una buena porción de amargura y de desgano, mirar con desdén y por debajo de las gafas a esos que escritores que parecieran negarse a crecer porque apuestan por públicos menores de 18 años, y se resisten a hablar de callejones oscuros impregnados de orín, donde desconocidos se abrazan entre sangre, semen y saliva.

Sí, así somos, somos un gremio –como cualquier otro gremio humano- en el que acostumbramos medirnos de continuo en relación al otro. En el que poco nos miramos con sinceridad, y en donde por desfortuna cada cual juega a ser el personaje central de esa obra imaginaria que se vive cada día.

Por eso, por la necesidad de que reflexionemos un buen día sobre la importancia de la literatura infantil, y en el ánimo de contagiarlos de acercarse de vez en cuando a este otro universo de lectores, cierro estas anotaciones con un pequeño fragmento de “El Pájaro del Alma” del poeta israelí Mijail Snunit.
“HONDO, MUY HONDO, DENTRO DEL CUERPO HABITA EL ALMA.NADIE LA HA VISTO NUNCA PERO TODOS SABEN QUE EXISTE.Y NO SOLO SABEN QUE EXISTE, SABEN TAMBIÉN LO QUE HAY EN SU INTERIOR.
DENTRO DEL ALMA, EN SU CENTRO, ESTA, DE PIE SOBRE UNA SOLA PATA, UN PÁJARO: EL PÁJARO DEL ALMA”

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Genial!

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